domingo, 30 de agosto de 2020

Colonización, conquista y pérdida

Pintura de E. Hoper "Morning Sun"

En relación a los debates acerca de la salud mental en cuarentena, es preciso señalar que, como consecuencia de la pandemia y del aislamiento, surgen diversas reacciones psicológicas, algunas de las cuales pueden ser opuestas pero no necesariamente excluyentes entre sí. 
Admitir la erosión de la incertidumbre y los miedos que nos afectan desde el primer momento, la ansiedad, la angustia, el desgano, la indefinición. Todo ello no deja de suceder, aunque el resguardo prudente propicie momentos de calma, siempre que las condiciones materiales y psíquicas sean suficientes. En la pausa, se relajan algunas exigencias, se toma conciencia del tiempo colonizado por tantas ocupaciones que opacan prioridades. También se pierden actividades y espacios propios que nos desdibujan alterando las rutinas y los sueños. Aparecen hostilidades hacia el otro por amenaza de contagio. Los rituales de desinfección refuerzan y validan obsesiones, la realidad puede dar soporte a construcciones delirantes. El riesgo de enfermar y el conteo de víctimas son abrumadores; las despedidas, impedidas. La crudeza desnuda fragilidad. Las preocupaciones económicas afloran, la precariedad laboral queda en evidencia. 
En contraparte, se incorpora en la contingencia el recurso de lo virtual que amplía los límites físicos, aunque no alcanza a reemplazar la experiencia de la presencia corporal que se extraña. Se observan regresiones donde había logros del desarrollo, pero también surge plasticidad ante las circunstancias. Se siente el agobio a la vez que se descubre la creatividad ¿Contradicciones o convivencias? El punto es poder aceptar la complejidad, admitir que suceden contrastes en tiempos contiguos; extremos de una tensión que por momentos nos encuentra en uno y otro polo. Entonces, sería erróneo patologizar reacciones que pueden ser defensivas pero constituyen respuestas esperables en un contexto de crisis inédita. Y también sería erróneo negar que la situación sea invasiva y, como evento traumático, que pueda dejar secuelas duraderas en diferentes aspectos anímicos y psicosociales, además de producir duelos a elaborar. 
A diferencia de otras catástrofes, donde la cercanía es clave para la recuperación, en esta ocasión debemos permanecer distantes para reducir el riesgo. La paradoja es que ante un fenómeno colectivo, una parte importante de la prevención pasa por el aislamiento. Justamente, para los profesionales de la salud mental es un desafío el pensar con qué tendremos que trabajar como efecto de lo vivido, por la herida que producen la ausencia del lazo social y del encuentro que habitualmente fomentamos como saludables, carencias que las pantallas no pueden sustituir por tiempos tan prolongados. ¿Nos podríamos adaptar a lo distante en las relaciones? ¿Cómo se reconquistan los viejos hábitos? Por todo, será necesario trabajar en los espacios terapéuticos para recuperar la confianza y el deseo y poder retornar a la vitalidad de los grupos o a crear nuevos vínculos de sostén afectivo.

Lic. Nora Spatola