sábado, 9 de noviembre de 2019

Abordaje de conductas compulsivas en la adolescencia

La pubertad y la adolescencia son etapas particulares en las cuales se viven desafíos y experiencias novedosas. Es un tiempo de transición y de alternancia entre lo que fue y lo que será; período de sensaciones contrapuestas, con estados de aparente pasividad y otros de gran actividad; de cambios en el cuerpo junto a rituales de iniciación. Etapa de reedición edípica, de derrumbe de idealizaciones a la vez que formación de identidad. Tiempo revolucionario y de construcción. Por todo ello se presenta como un momento intenso, de crisis vital y de posible vulnerabilidad.

En la clínica con adolescentes observamos entre los pacientes fenómenos de diversa complejidad que motivan la consulta: cuestionamientos existenciales,  conductas de riesgo; consumo excesivo de alcohol y sustancias; trastornos alimentarios; la necesidad de realizarse marcas, tatuajes, perforaciones en diferentes lugares del cuerpo;  cortes en la piel hasta provocar el sangrado. Hechos que producen incertidumbre y preocupación, sobre todo cuando se tornan  conductas compulsivas y de autoagresión.
¿Qué nos insinúan sus acciones? Pueden tratarse de conductas pasajeras, experiencias propias de la etapa que se atraviesa, de la necesidad de pertenencia, de los desprendimientos y perdidas que se duelan y del encuentro con lo novedoso, plagado de ansiedades e inquietudes. Pero en aquellos casos donde estas conductas se vuelven reiteradas e insistentes, pueden  dar cuenta de una mayor vulnerabilidad o de carencias en el modo de procesamiento psíquico. Es decir, en el modo en como se disponen los recursos psíquicos y simbólicos frente a las tensiones vividas.
En general estos casos se dan en contextos de cierta disfuncionalidad en los vínculos entre padres e hijos. Observamos estilos de relación parental que se caracterizan por dos modalidades que parecen opuestas. Por un lado, modos de relación invasivas, sin respeto por la intimidad, la autonomía o la individuación y, por otro lado, pueden rastrearse vínculos con pautas de abandono y ausencia pero que cobran también un carácter excesivo para el desarrollo. Es decir, tanto por intrusión como por abandono, estas modalidades se traducen como excesivas para las posibilidades de procesamiento psíquico y simbólico. 

Una  paciente de 16 años admite que vomita por la sensación de culpa luego de haber “comido demás”, como si ella fuera algo que se llena y, culposa y compulsivamente, se vacía. Demuestra sentir rechazo por su imagen corporal que percibe con cierta distorsión. Relata con dificultad reacciones propias que le resultan extrañas: “ataques de nervios” y furias que la desbordan. Describe esas reacciones como “algo raro”, ya que no logra asociarlas con motivos que puedan generarlas. Recurre a cortes superficiales en la piel, los oculta, los vive como acciones impulsivas en momentos de crisis,  lo hace para calmarse.

Los cortes en la piel parecen cuestionar la diferenciación adentro-afuera del cuerpo (límite que se construye en la etapa primaria del desarrollo) ¿Qué hay dentro? ¿Cortarse para “dejar salir eso raro” o para experimentar esa discriminación sin metáforas? Por otro lado, ambos mecanismos, en este caso, los cortes y el vómito, no pueden considerarse síntomas en el sentido neurótico, ya que no representan una transacción del conflicto, no hay un sentido oculto en ellos, sino más bien un mecanismo de alivio ante una angustia masiva.
Es esa característica de la angustia masiva, automática y difusa (a diferencia de la señal de angustia) la que remite a una instancia primitiva por la forma de derivar los impulsos, forma primitiva en cuanto a que apela a la descarga directa en el cuerpo sin tener posibilitada aún una adecuada tramitación mental y simbólica para la tensión en juego. Ello se remonta al modo de relación del vínculo primario y de la función materna/paterna, función de soporte y contención ligada a la dependencia del recién nacido hacia un otro que le aporte alivio y satisfacción ante las necesidades vitales. Cuando dicha función es reiteradamente fallida genera cierto desamparo en el psiquismo, acotando su repertorio de posible elaboración y tramitación a la hora de ser requeridos.
Dichas acciones o mecanismos de alivio, y las señaladas en varios casos con pacientes en la clínica actual, parecen ser  formas de experimentar la individuación y separación fallidas, modos de reconocer los límites y de apropiarse del cuerpo, de hacerse presentes y de sentir su existencia, de hacer gráfico y visible el sufrimiento interno. Intentos de ligar o de procesar un malestar anímico que alivia su tensión en descarga somática (al modo de la pulsión, entre lo anímico y lo somático).

En momentos “bisagra” del desarrollo subjetivo, cuando se presentan este tipo de situaciones, en lugar de prohibirlas o suprimirlas, habrá que abordarlas, escucharlas e interrogarlas y poder construir con el paciente un espacio de confianza para producir el texto ausente con las palabras que le permitan entender lo que se transita y enriquecer su caudal simbólico.
Lic. Nora Spatola
Psicóloga UBA

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