La pubertad y la
adolescencia son etapas particulares en las cuales se viven desafíos y
experiencias novedosas. Es un tiempo de transición y de alternancia entre lo que fue y lo que
será; período de sensaciones contrapuestas,
con estados de aparente pasividad y otros de gran actividad; de cambios en el
cuerpo junto a rituales de iniciación. Etapa de reedición edípica, de derrumbe
de idealizaciones a la vez que formación de identidad. Tiempo revolucionario y
de construcción. Por todo ello se presenta como un momento intenso, de crisis
vital y de posible vulnerabilidad.
En la clínica con adolescentes observamos entre los
pacientes fenómenos de diversa complejidad que motivan la consulta: cuestionamientos existenciales,
conductas de riesgo; consumo excesivo de
alcohol y sustancias; trastornos alimentarios; la
necesidad
de realizarse marcas, tatuajes, perforaciones en
diferentes lugares del cuerpo; cortes en la piel hasta provocar el sangrado. Hechos que producen
incertidumbre y preocupación, sobre todo cuando se tornan
conductas compulsivas y de autoagresión.
¿Qué nos insinúan sus
acciones? Pueden tratarse de conductas pasajeras, experiencias propias de la etapa
que se atraviesa, de la necesidad de pertenencia, de los desprendimientos y
perdidas que se duelan y del encuentro con lo novedoso, plagado de ansiedades e
inquietudes. Pero en aquellos casos
donde estas conductas se vuelven reiteradas e insistentes, pueden dar
cuenta de una mayor vulnerabilidad o de carencias en el modo de
procesamiento psíquico. Es decir, en el modo en como se disponen los recursos
psíquicos y simbólicos frente a las tensiones vividas.
En general estos casos
se dan en contextos de cierta disfuncionalidad en los vínculos entre padres e
hijos. Observamos estilos de relación parental que se caracterizan por dos
modalidades que parecen opuestas. Por un lado, modos de relación invasivas, sin
respeto por la intimidad, la autonomía o la individuación y, por otro lado,
pueden rastrearse vínculos con pautas de abandono y ausencia pero que cobran
también un carácter excesivo para el desarrollo. Es decir, tanto por intrusión como por abandono, estas modalidades se traducen
como excesivas para las posibilidades de procesamiento psíquico y simbólico.
Una paciente de
16 años admite que vomita por la sensación de culpa luego de haber “comido
demás”, como si ella fuera algo que se “llena” y, culposa y compulsivamente, se “vacía”.
Demuestra sentir rechazo por su imagen corporal que percibe con cierta
distorsión. Relata con dificultad reacciones propias que le resultan extrañas: “ataques
de nervios” y furias que la desbordan. Describe esas reacciones como “algo
raro”, ya que no logra asociarlas con motivos que puedan generarlas. Recurre a
cortes superficiales en la piel, los oculta, los vive como acciones impulsivas
en momentos de crisis, lo hace para
calmarse.
Los cortes en la piel
parecen cuestionar la diferenciación
adentro-afuera del cuerpo (límite que se construye en la etapa primaria del
desarrollo) ¿Qué hay dentro? ¿Cortarse para “dejar salir eso raro” o para
experimentar esa discriminación sin metáforas? Por otro lado, ambos mecanismos,
en este caso, los cortes y el vómito, no pueden considerarse síntomas en el
sentido neurótico, ya que no representan una transacción del conflicto, no hay
un sentido oculto en ellos, sino más bien un mecanismo de alivio ante una angustia masiva.
Es esa característica
de la angustia masiva, automática y difusa (a diferencia de la señal de angustia) la que remite
a una instancia primitiva por la forma de derivar los impulsos, forma primitiva
en cuanto a que apela a la descarga directa en el cuerpo sin tener posibilitada
aún una adecuada tramitación mental y simbólica para la tensión en juego. Ello se remonta al modo de relación del vínculo primario y de la función
materna/paterna, función de soporte y contención ligada a la dependencia del recién
nacido hacia un otro que le aporte alivio y satisfacción ante las necesidades
vitales. Cuando dicha función es reiteradamente fallida genera
cierto desamparo en el psiquismo, acotando su
repertorio de posible elaboración y tramitación a la hora de ser requeridos.
Dichas acciones o mecanismos de alivio, y las
señaladas en varios casos con pacientes en la clínica actual, parecen ser formas de experimentar la individuación y separación fallidas,
modos de reconocer los límites y de apropiarse del cuerpo, de hacerse
presentes y de sentir su existencia, de hacer gráfico y visible el sufrimiento
interno. Intentos de ligar o de procesar un malestar
anímico que alivia su tensión en descarga somática (al modo de la pulsión, entre
lo anímico y lo somático).
En momentos “bisagra”
del desarrollo subjetivo, cuando se presentan este tipo de situaciones, en lugar de prohibirlas o suprimirlas,
habrá que abordarlas, escucharlas e interrogarlas y poder construir con el
paciente un espacio de confianza para producir el texto
ausente con las palabras que le permitan entender lo que se transita y
enriquecer su caudal simbólico.
Lic. Nora Spatola
Psicóloga UBA
#compulsiones