Algunas enfermedades
quedan en una frontera difusa entre la medicina y la psicología. Más aún cuando lo que ocurre físicamente no
tiene un diagnóstico preciso o parece no tener una causa orgánica patológica o
cuando la dolencia queda referida a ciertas situaciones en las que se dice
estar “provocándolo psicológicamente”. ¿Qué se podría aportar al respecto, con una
síntesis condensada e incompleta, desde un punto de vista psicoanalítico?
Al atravesar momentos particulares como crisis vitales, accidentes,
pérdidas, excesos, irrupciones que
pueden equivaler a efectos traumáticos, puede aparecer una emergencia dramática
del cuerpo, y esto ocurre porque no pudo darse un procesamiento psíquico a
dicha irrupción. Por ejemplo, puede surgir una crisis de angustia, más conocida
como “ataque de pánico”, donde hay una serie de síntomas físicos como la
sudoración, taquicardia, falta de aire, mareos, temblores, etc; o, en otros
casos, puede ir gestándose una enfermedad autoinmune.
Los trastornos psicosomáticos pueden desencadenarse fruto de
una situación traumática novedosa o ante circunstancias que reactivan viejos
traumas y desnudan carencias de la constitución psíquica. El efecto excesivo del
trauma provoca un desborde de las defensas que utiliza habitualmente el
psiquismo, dejando al descubierto un cierto desamparo con regresiones a
recursos defensivos arcaicos, apareciendo como reacción primitiva la descarga
directa en el cuerpo en el intento de aliviar la intensidad invasiva del trauma.
Este modo de defensa difiere del que se encuentra en el campo de las neurosis
en general.
En las neurosis, el síntoma se caracteriza por significar
una “solución de compromiso” para evitar el conflicto entre fuerzas opuestas,
por ejemplo entre las pulsiones y las alianzas del yo, o entre la conciencia
moral, los mandatos y los deseos. Entre lo prohibido y lo permitido. El origen
conflictivo en las neurosis se remite a la etapa de atravesamiento del complejo de Edipo donde
se instauran la terceridad y la ley. Los síntomas se presentan con el intento
de dar un paso más allá de la dicotomía, ante la dificultad para superar el
conflicto y admitir la ambivalencia afectiva o la contradicción. En su
formación, por medio de la
Represión se sofoca un deseo para evitar pérdidas mayores
(para no perder el amor del objeto se renuncia a su satisfacción que pasa a ser
prohibida). Los síntomas neuróticos se expresan (como satisfacción sustitutiva)
deteniendo el tránsito en la bisagra de ese pasaje. Las tensiones no logran
procesarse y el síntoma lo pone en evidencia en forma traspuesta. Se
manifiestan inhibiciones, fobias, obsesiones, compulsiones, etc. que involucran
el cuerpo de algún modo. En el proceso analítico los síntomas pueden indagarse
y llegar a desactivarse al ser develados e interpretados, reconstruyendo el
sentido traspuesto, dando elaboración simbólica representacional al contenido
traumático, cualificando la cantidad. Y
el desafío será encontrar caminos de construcción de libertad donde recrear
deseos y respuestas más allá de lo prohibido, en relación con un otro.
En cambio, en los bordes de la neurosis, la somatización surge ante situaciones para
las cuales se carece de una elaboración psíquica, con falta de tramitación desde
lo psicológico que ayude a dar sentido y que pueda favorecer otras respuestas o
un procesamiento por vía mental, usando el pensamiento, las palabras, las
emociones, el sentimiento, las representaciones, la memoria, o defendiéndose
con los mecanismos de formación de síntomas descriptos.
Al hablar de emociones y sentimientos también se alude al
cuerpo, el cuerpo con sus vivencias, su registro, sus sensaciones, sus
diferencias, su historia, sus placeres, sus dolores, por ello, más
precisamente, en las enfermedades
psicosomáticas emerge el organismo. Y con él, algo que no logra articularse con
la propia historia, que no puede asociarse, pensarse ni nombrarse. Algo
desligado, algo escindido (escisión, mecanismo de defensa primario) que retorna como extraño en el cuerpo.
Con todo esto, muchas son las discusiones acerca de qué se puede
hacer a través de la psicoterapia y el psicoanálisis, si es que no hay Palabras
con las que se pueda trabajar. Hay posturas diversas y extremas, quienes
sostienen que un paciente psicosomático es “inanalizable” y quienes apuestan al
trabajo y lo enriquecen con desarrollos teóricos vinculados a esta clínica.
Entre estos últimos (no sin divergencias) se acuerda con que,
si bien no se habla de los fenómenos psicosomáticos como parte de una estructura
psíquica diferencial y, como refería anteriormente, una somatización puede
sucederle a cualquiera en quien se vea vulnerado su equilibrio psicosomático,
sí se coincide en una “predisposición” o
características predominantes del funcionamiento mental en quienes padecen
trastornos psicosomáticos notorios.
Al distinguir algunas características de dicha predominancia
se plantea que generalmente son personas que llegan a la consulta psicológica
derivados por los médicos ante la emergencia de los síntomas, sin establecer
conexiones entre su biografía y lo que padecen; en quienes se dan ciertas
situaciones de riesgo y vulnerabilidad referidos a la falta de registro del agotamiento
físico, del cansancio, falta de esparcimiento y sobre-exigencias de todo tipo
(laborales; de imagen corporal; de consumo de sustancias, alimentos y/o
productos); sobre-adaptaciones a las mismas exigencias; poco desarrollo de la
fantasía o hiperrealismo; pobreza en la articulación verbal para describir sus
estados; distorsiones perceptivas y semánticas; entre otras características. Presentan
ansiedades con premuras de satisfacciones inmediatas, intentando cumplir con
una imagen de un “yo ideal” omnipotente. Rastreándose además vínculos en donde
la función materna fue “intrusiva” en algunos casos y “abandónica” en otros. Y
la función paterna tuvo un carácter “ausente”. Resultando por ello
insuficientes en el acompañamiento del desarrollo de la individuación subjetiva
además de condicionar el futuro de las relaciones afectivas.
Se habla de una carencia en la constitución del psiquismo
temprano (previo al atravesamiento del complejo de Edipo), un déficit en la
vinculación primaria que determina los cimientos del psiquismo y cuyas fallas
sostenidas y reiteradas producen marcas o vacíos con carácter de trauma. Con
esto se remite al vínculo con el objeto primordial, la relación madre-hijo (la
madre o quien ocupe esa función), ya que en esas primeras instancias el otro
cuidador funciona como “barrera protectora anti-estímulos” ayudando al bebé a
procesar aquello que proviene tanto del interior de su organismo como del
exterior, y a lo cual, por su inmadurez o desvalimiento natural, no puede hacer
frente, por lo que depende en forma vital de la acción de otro que pueda
aliviar sus tensiones.
Toda esta labor, el inter-juego de tensión y alivio, de
placer y displacer, de frustración y satisfacción, de tiempos y espacios entre
una necesidad y su saciedad, es lo que va tejiendo el entramado mental desde
las vivencias corporales y sus huellas mnémicas (las experiencias y sus inscripciones),
sus ligaduras y las representaciones a que van dando lugar psíquicamente. Estas
son las bases sobre las que va creciendo el desarrollo integral (biopsicosocial)
que constituyen los pilares del sostén simbólico.
Por ello, cuando nos encontramos ante un hecho traumático,
ya sea novedoso o reactivo, que trasvasa el armado psíquico-representacional, es
que pueden emerger manifestaciones somáticas. Y éstas son más preponderantes en
quienes hayan tenido carencias durante
la constitución de su narcisismo (entendido como el recorrido libidinal en
dicha etapa temprana desde el autoerotismo hacia el desarrollo psicoafectivo
del Yo). Aunque los vínculos prosperen o se redefinan a lo largo de la vida, la
carencia primitiva de sostén relacional genera vacíos que un yo frágil rellena
como puede.
Volviendo al anterior planteo, desde la psicoterapia
psicoanalítica justamente se puede trabajar para recrear el entramado
representacional carente. Ayudando a preguntar, a nombrar, a asociar, a
articular, a ligar, a refundar algo que posibilite reintegrar el psique-soma.
Desde el vínculo terapéutico filtrando un poco luz en zonas oscuras, abriendo
espacios de intercambio, matizando, desarmando y reconstruyendo, recreando y
creando en la labor analítica.
Lic. Nora Spatola
Directora de Asociación Civil La Causa